6.30.2008

Apres Moi ♣

Enamorarse es hermoso.
Es una de las cosas más preciadas que a uno le puede pasar.
El desamor en la espera de la otra persona es lo más excitante. Es donde pasan todas las cosas interesantes; donde uno está en la búsqueda desesperada de enterarse de algo más, saber la vida de la otra persona: que hace, que dice, que come, con quien sale, a donde sale, como es la familia. Y es el momento donde uno está completamente perseguido e ilusionado; pensando en el momento de “volvernos a encontrar” que decir, que hacer.
Cuando una persona se encuentra en la espera, la ilusión/desilusión, el amor/desamor se apoderan de uno sin dejarlo pensar y concentrarse en otra cosa. Sólo existe ESA persona tan especial que enceguece a uno con sus ojos, los más hermosos, los más profundos, los que dicen más (aunque así no sea).
Y luego llega el momento de la verdad. El reencuentro. Y las preguntas se hacen dueñas del agujero gris en nosotros. “¿Estoy bien vestida?”, “¿Le gustaré?”, “¿Qué me dirá?”. Dulces preguntas inocentes. Pero tampoco quiero dejar de lado lo que más nos llena en el momento: los nervios. Nervios. Nos comienzan a temblar las piernas, la voz. Cuando entra por la puerta, despacio, desprevenido, queremos gritar, llorar, romper, correr para ir a buscarlo; pero siempre está ese “algo” que nos detiene: la cordura, y en otros casos, el orgullo, de no quedar como un idiota frente a los demás, para que no comiencen a decir “¡Mirá!, ¡que desesperado!”. Por ende, intentamos fingir que estamos desinteresados, que no importa si entró quien haya entrado. Fingimos hasta el hecho de “no verlo”; por más que por dentro estemos desvaneciendo de las ganas de abrazarlo, de acariciarlo, de besarlo; o simplemente, decirle “Hola”.
Y luego de hacer creer que estamos en otra frecuencia, llega el momento. El momento tan esperado. El de decirle “¡Hola!”, conteniendo las ganas de más y más. Donde a uno por un momento le deja de temblar la voz y comunica el agrado de que esté ahí.
Pero cuando uno consiguió lo que quería, se torna aburrido. Por supuesto, se conoce más a la otra persona sin impedimentos. Pero ya no está más la adrenalina de la desgraciada y bendita Espera.

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