8.05.2008

Napoleón a Josefina ♣

Milán, 8 frimario año V: ocho de la noche
Recibo el correo que Berthier había mandado a Ginebra. No has tenido tiempo de escribirme, lo comprendo fácilmente.
Rodeada de placeres y diversiones, harías mal en realizar para mí el menor sacrificio.
Berthier ha consentido en mostrarme la carta que le has escrito. No me propongo que desbarates nada en tus cálculos ni en las diversiones que te ofrecen: yo no valgo esa pena, y la felicidad o la infelicidad de un hombre a quien no amas no tienen derecho a que te intereses por ellas.
Por mi parte, amarte a ti sola, hacerte dichosa, no hacer nada que pueda contrariarte, tal es el destino y el fin de mi vida.
Se feliz, no me eches nada en cara, no te intereses por la felicidad de un hombre que no vive sino de tu vida, no goza sino de tu placeres y de tu felicidad. Cuando exijo de ti un amor semejante al mío, hago mal; ¿para qué desear que los encajes pesen tanto como el oro? Cuando te sacrifico todos mis deseos, todos mis pensamientos, todos los instantes de mi vida, obedezco al influjo que tus hechizos, tu carácter y toda tu persona han sabido ejercer sobre mi desgraciado corazón. La culpa es mía, puesto que la naturaleza no me ha concedido atractivos para cautivarte; pero lo que merezco por parte de Josefina son miramientos, estima; porque amo con furor y únicamente.
Adiós, mujer adorable; adiós, Josefina mía. Acumule mi destino en mi corazón todos los pesares y dolores; pero que yo pueda ofrecer a mi Josefina días prósperos y felices. ¿Quién lo merece más que ella? Cuando me convenza de que ya no puede amarme, guardaré dentro de mí mi dolor profundo y me contentaré con poder serle útil y servirla en algo.
Vuelvo a abrir mi carta para darte un beso... ¡Ah, Josefina! ¡Josefina...!

Bonaparte

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